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Discurso del Secretario General en la inauguración del
Monumento en Conmemoración de los Caídos

( Nueva York, 24 de octubre de 2003)

Excelentísimos señores, damas y caballeros, y queridos amigos:

Estoy seguro de que todos estamos profundamente emocionados por la solemne belleza y dignidad de este lugar de conmemoración.

Este Monumento en Conmemoración de los Caídos se ha hecho posible gracias a la concesión del Premio Nobel de la Paz a las fuerzas de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz, pero tampoco podría haberse realizado sin las contribuciones de los amigos y colegas que pusieron tanta empatía en la concepción y le aportaron tantos conocimientos y esfuerzos.

Permítanme dar las gracias a Agnes Gund, quien lamentablemente no podrá estar hoy con nosotros, Kynaston McShine y a nuestro colega Brian Urquhart por su dirección y asesoramiento.

También quiero dar las gracias a Bernardo Fort Brescia, de Arquitectonica, por el tiempo, las ideas y el talento excepcional que ha dedicado al diseño del monumento conmemorativo.

Como pueden observar, se trata de un monumento conmemorativo profundamente rico en simbolismo: losas de piedra extraídas de las canteras de los cinco continentes; 191 trozos de piedra que representan a los 191 Estados Miembros de las Naciones Unidas; el chorro de la fuente que refleja el río del tiempo, la esperanza y la vida.

Se trata de un lugar ideal para la contemplación y para rendir tributo a nuestros colegas caídos. Tras más de medio siglo de operaciones de las Naciones Unidas sobre el terreno, finalmente tenemos un lugar apropiado para homenajear a nuestros héroes que ofrendaron sus vidas por la paz. Hemos esperado demasiado tiempo para ello. Este monumento conmemorativo llena un enorme vacío.

Se trata también de un lugar muy apropiado para reflexionar sobre la misión que desarrollan actualmente las Naciones Unidas, y sobre los hombres y mujeres que siguen trabajando a diario por la paz, arriesgando a menudo sus vidas en el proceso.

No nos olvidemos nunca de que esos hombres y mujeres prestan servicios como consecuencia de las decisiones adoptadas por los Estados Miembros de nuestra Organización, ni de que para que puedan realizar su misión de la manera más eficaz y segura posible, necesitamos que los Estados Miembros apliquen las resoluciones que aprueben, apoyen verdadera y firmemente los principios de las Naciones Unidas y trabajen juntos sobre la base de una política colectiva y coherente que a la vez sea viable y tenga visión de futuro.

En el entorno de creciente alto riesgo en el que desempeñamos nuestras funciones, no hay deber más serio o solemne que nuestra responsabilidad de proteger al personal de las oficinas locales de las Naciones Unidas. Se trata de una responsabilidad que todos compartimos: Secretaría y Estados Miembros.

Hoy, tratamos de cumplir con otra responsabilidad: nuestra responsabilidad como colegas y amigos, y como compañeros en pro de la paz de rendir homenaje a la memoria de los caídos, llevar adelante su legado, continuar con su trabajo e inspirarnos con su ejemplo.

Esa inspiración va mucho más allá de los muros de las Naciones Unidas. Ayer, el Parlamento Europeo concedió su premio de derechos humanos Sakharov a las Naciones Unidas, en honor de nuestros funcionarios “que han perdido sus vidas en el desempeño de su labor de paz en el mundo”. Ese premio, así como los Premios Nobel de la Paz de 1988 y 2001, es algo de lo que deberíamos estar todos orgullosos.

La mejor manera de expresar el orgullo que sentimos hacia nuestra labor es presentando respetos a nuestros colegas. Sugiero que, de cuando en cuando, interrumpamos lo que estemos haciendo para visitar este Monumento en Conmemoración de los Caídos y, como nos dice la inscripción grabada en este cristal, con las palabras bellísimas de Brian Urquhart, recordemos aquí a los que dieron su vida por la paz.

Recordémosles ahora guardando todos un minuto de silencio.


Kofi A. Annan