Escuchen las primeras víctimas del cambio climático
Artículo de opinión - International Herald Tribune, 5 de junio de 2007
Por Ban Ki-moon
Las cartas están sobre la mesa. Las naciones industrializadas del Grupo de los Ocho se han reunido en Heiligendamm y las fuerzas coaligadas para luchar contra el calentamiento del planeta se han dividido en campos rivales. Por un lado, Alemania y Gran Bretaña quieren que se celebren conversaciones urgentes para concertar un nuevo tratado sobre el cambio climático, que entraría en vigor en 2012, cuando expire el Protocolo de Kyoto, y hablan de tomar medidas drásticas para reducir las emisiones de carbono y limitar el aumento de la temperatura de la Tierra a 2 grados centígrados en los próximos 40 años. Por su parte, los Estados Unidos, que cuentan con una iniciativa propia, se oponen a esas metas y plazos por considerarlos arbitrarios.
Está por ver cómo se desarrollan los acontecimientos. Pero mientras los Estados Unidos y Europa deliberan, hay ciertos hechos fundamentales que no admiten discusión. En primer lugar, los datos científicos son incontestables: el calentamiento del planeta no puede ponerse en duda y los seres humanos somos los principales responsables. Todos los días surgen nuevas pruebas, como el último informe de Greenpeace sobre la recesión de los glaciares en el Everest o el descubrimiento hecho público la semana pasada de que el Océano Antártico ya no puede absorber más CO2. Parece increíble: el lugar del mundo que absorbía más carbono ha llegado al límite de su capacidad.
En segundo lugar, este es el momento de actuar. La mayoría de los economistas están de acuerdo en que el costo de la inacción superará, probablemente en varios órdenes de magnitud, al de la acción temprana. No se sabe a ciencia cierta si los daños que el huracán Katrina provocó en Nueva Orleans se debieron al calentamiento del planeta, pero esa tragedia no deja de ser una advertencia sobre los peligros sociales y financieros que conlleva el no actuar a tiempo. Es asimismo evidente que no podemos seguir analizando infinitamente las opciones que se nos presentan. La solución más de moda, la compraventa de derechos de emisión de carbono, no es sino una de las alternativas posibles. Debemos adoptar una estrategia a largo plazo que incluya las nuevas tecnologías, el ahorro de energía, los proyectos forestales y los combustibles renovables, así como los mercados privados. Y no hay que olvidar la utilidad de la adaptación, pues, al fin y al cabo, las medidas paliativas tienen una efectividad limitada.
Hay un tercer hecho, que a mi juicio es el más importante de todos. Se trata básicamente de una cuestión de equidad, de valores, que es uno de los grandes imperativos morales de nuestra era. El calentamiento del planeta nos afecta a todos, pero no de igual manera: las naciones ricas poseen los recursos y conocimientos necesarios para adaptarse, mientras que el agricultor africano que ve como se arruinan sus cosechas o muere su ganado a causa de la sequía y las tormentas de arena, o el habitante de las islas de Tuvalu que teme que su aldea quede pronto sumergida bajo las aguas, son infinitamente más vulnerables. Esta diferencia nos resulta familiar: ricos frente a pobres, el Norte frente al Sur. Hablemos claramente: las soluciones al calentamiento del planeta propuestas por las naciones desarrolladas no pueden ponerse en práctica a expensas de sus vecinos menos afortunados. Será imposible conseguir nuestro objetivo de desarrollo del Milenio de reducir la pobreza mundial a la mitad, enunciado solemnemente en anteriores reuniones del Grupo de los Ocho, a menos que se colmen las aspiraciones de los países en desarrollo de ampliar su participación en la prosperidad mundial.
La dimensión humana es el principio por el que deben guiarse los pueblos del mundo al afrontar juntos cualquier problema común, como el cambio climático. En mi opinión se trata de un deber, una extensión de la obligación sacrosanta de proteger que es el fundamento de las Naciones Unidas. Cada día recorro el vestíbulo de la Sede de las Naciones Unidas en Nueva York, donde algunos de los periodistas gráficos más famosos del mundo exponen actualmente su obra, que refleja los rostros y las voces de personas a quien con demasiada frecuencia no vemos ni escuchamos, personas de todo el mundo, muchas de las cuales padecen cotidianamente grandes penurias que se ven agravadas por el cambio climático.
Los debates que mantenemos en el Consejo de Seguridad, que suelen ser anodinos y llenos de la impenetrable jerga diplomática, vuelven en ocasiones a la vida para asombro de los presentes, y por momentos dejan a un lado la diplomacia. Recuerdo en concreto un debate celebrado en abril, en el que el representante de Namibia expuso su percepción de los peligros inherentes al cambio climático, gritando prácticamente: “No se trata de un ejercicio académico, sino de una cuestión de vida o muerte para mi país”.
A continuación explicó que los desiertos de Namib y Kalahari se estaban extendiendo, destruyendo tierras de cultivo y volviendo inhabitables regiones enteras. Esto me hizo pensar en mi propio país, Corea, que cada vez con más frecuencia tiene que soportar asfixiantes tormentas de arena que cruzan el Mar Amarillo procedentes del cada vez mayor desierto del Gobi. El representante de Namibia continuó diciendo que la malaria se había propagado a zonas donde hasta ahora era desconocida la enfermedad y que, en una tierra famosa por su biodiversidad, se estaban extinguiendo especies enteras de animales y plantas. Por último afirmó que los países en desarrollo como el suyo cada vez estaban más expuestos a lo que calificó de “guerra química o biológica de baja intensidad”.
Las emociones expresadas por el representante de Namibia eran intensas y correspondían a una realidad vital, no imaginaria. Es importante que el mundo desarrollado escuche y actúe en consecuencia. Este es el mensaje que deseo transmitir en Heiligendamm durante los próximos días y por ello anunciaré en breve la convocatoria de una reunión especial de alto nivel sobre el cambio climático, que se celebrará en Nueva York en septiembre, antes del período de sesiones anual de la Asamblea General, tal como han solicitado Bangladesh, los Países Bajos, Noruega y el Brasil, así como Singapur, Barbados y Costa Rica. También por ello he nombrado recientemente a tres enviados especiales, cuyo cometido es expresar los intereses y preocupaciones de las naciones más vulnerables al cambio climático, donde residen la gran mayoría de los habitantes del planeta.
Considero alentadora que el Presidente George Bush haya declarado recientemente su intención de anunciar una iniciativa de los Estados Unidos sobre el clima. Sería conveniente que esto se hiciera dentro del marco mundial de debate de las Naciones Unidas, para que así nuestra labor respectiva se complemente y refuerce mutuamente. En diciembre, los líderes de todo el mundo volverán a reunirse en Bali para continuar trabajando a partir de lo que se decida esta semana en Alemania y en las demás reuniones mencionadas.
Ban Ki-moon es el Secretario General de las Naciones Unidas