Los lazos que unen
Artículo de opinión - The Washington Post (EE.UU.), 3 de julio de 2008
Por Ban Ki-moon
El crecimiento global es el tema central de nuestra época. La gran expansión económica, ahora en su quinto decenio, ha mejorado el nivel de vida en todo el mundo y ha liberado a miles de millones de personas de la pobreza.
Sin embargo, hoy muchos se preguntan cuánto puede durar esa situación. El motivo: la abundancia tiene un precio cada vez más alto. Lo vemos a diario en el aumento del costo del combustible, los alimentos y los productos básicos. Los consumidores de los países desarrollados temen el regreso de la “estanflación” —la inflación acompañada por una contracción del crecimiento o una verdadera recesión— mientras que los más pobres de los pobres ya no pueden permitirse comer.
Mientras tanto, el cambio climático y la degradación del medio ambiente amenazan el futuro mismo de nuestro planeta. El crecimiento constante de las poblaciones y el aumento de la riqueza ponen a prueba como nunca los recursos del planeta. Malthus vuelve a estar en boga. De pronto, todo parece escasear: la energía, el aire limpio y el agua potable, todo lo que nos alimenta y sustenta nuestras modernas formas de vida.
Mientras los dirigentes del Grupo de los Ocho se reúnen en Hokkaido, Toyako, somos conscientes de que esos retos nos afectan a todos: el Norte y el Sur, las naciones grandes y las pequeñas, los ricos y los pobres. Y sabemos que debemos encontrar nuevas maneras de ampliar los beneficios de la expansión global a quienes han quedado abandonados, los denominados “mil millones más pobres”. Al abordar problemas de esta envergadura y complejidad, sólo existe un enfoque posible: verlos como lo que son, partes de un todo, que pueden solucionarse de modo integral.
Gran parte de esa solución debería consistir en una “respuesta mundial del lado de la oferta”, como la definen algunos economistas, basada en un desarrollo sostenible —los países, las instituciones financieras internacionales, las Naciones Unidas y sus diversos organismos, colaborando en un esfuerzo común.
Centrémonos en primer lugar en la crisis mundial de alimentos. Esta crisis tiene muchas causas, entre ellas el hecho de no haber dado al desarrollo agrícola la importancia que merece. Lo que hace falta, en realidad, es una segunda “revolución verde” como la que transformó en su día el sudeste asiático, pero esta vez prestando especial atención a los pequeños agricultores de África. Con la combinación correcta de programas, no hay motivo para que la productividad no se duplique en un plazo relativamente corto, lo que aliviaría la escasez en todo el mundo. Ya sucedió con Malawi que, gracias a la ayuda internacional pasó en pocos años de padecer hambre a ser un país exportador de alimentos.
En Hokkaido, instaré a los países del Grupo de los Ocho a triplicar la asistencia oficial para la investigación y el desarrollo agrícolas durante los próximos tres a cinco años. Debemos actuar de inmediato para entregar semillas, fertilizantes y otros insumos agrícolas a los agricultores de los países vulnerables a tiempo para las próximas cosechas. Debemos alentar a los países a eliminar las restricciones a la exportación que muchos han impuesto a los productos alimenticios esta primavera, así como los subsidios que desde hace más tiempo muchos países desarrollados proporcionan a sus agricultores. Estas barreras artificiales distorsionan los flujos comerciales y aumentan los precios, lo que agrava la crisis inmediata y pone en peligro el crecimiento mundial.
También en el caso del cambio climático, gran parte de la solución radica en el desarrollo sostenible. La mayoría de los expertos están de acuerdo en que estamos llegando al final de la época de la energía barata. Para obtener energía más limpia y asequible nuestras esperanzas están puestas en las tecnologías alternativas. También en este ámbito se ha puesto en marcha una nueva “revolución verde”. Según un nuevo informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el pasado año se invirtieron 148.000 millones de dólares en el sector de la energía sostenible, un 60% más que en 2007, y dicho sector representa un 23% de la nueva capacidad generadora de energía.
Nuestro cometido como dirigentes nacionales e internacionales es ayudar a orientar y a acelerar esta incipiente transformación económica. Tenemos que cambiar la conducta social y las pautas de consumo en todo el mundo desarrollado. Debemos ayudar a los países en desarrollo a lograr una economía “verde” mediante una difusión lo más amplia posible de tecnologías respetuosas del clima.
Podemos dar un gran paso adelante en Hokkaido. Conscientes de nuestras obligaciones para con los países más pobres, los más vulnerables al cambio climático, debemos financiar plenamente y poner en marcha el Fondo de Adaptación mundial. Mientras esperamos la cumbre sobre el cambio climático que se celebrará en Poznan en diciembre y, más adelante, la que se celebrará en Copenhague en 2009, debemos perseverar en las negociaciones para llegar a un acuerdo amplio sobre la limitación de gases de efecto invernadero. Sobre todo, debemos infundir un carácter de urgencia y aportar un verdadero liderazgo a esta búsqueda. No basta con establecer objetivos para 2050, fecha demasiado lejana. Si de verdad queremos promover el cambio debemos fijar también un calendario a mediano plazo, para 2020.
Por último, Hokkaido pondrá a prueba nuestro compromiso con los objetivos de desarrollo del Milenio. Sólo para África los donantes han prometido 62.000 millones de dólares al año para 2010. Las personas que debemos ayudar tienen un rostro: el de las madres que mueren inútilmente al dar a luz, el de los niños atrofiados de por vida porque no recibieron una alimentación adecuada durante los dos primeros años. Prometimos ayudar. Ha llegado el momento de hacerlo.
En ningún momento de la historia reciente la economía mundial ha estado sujeta a una presión de este tipo. Más que nunca, ha llegado el momento de demostrar que podemos cooperar a nivel mundial para obtener resultados: a fin de satisfacer las necesidades de los hambrientos y de los pobres, promover tecnologías de energía sostenible para todos, salvar al mundo del cambio climático y mantener el crecimiento económico mundial.
Estos son los lazos que nos unen. Debemos actuar, en Hokkaido, y más allá, no sólo porque es lo correcto, aunque lo es, sino porque todo redunda en el interés propio bien entendido.
El autor es el Secretario General de las Naciones Unidas