Las verdaderas Naciones Unidas
Artículo de opinión - International Herald Tribune (EE.UU.), 16 de junio de 2008
Por Ban Ki-moon
Las Naciones Unidas, que suelen ser consideradas por sus detractores una “tertulia”, son un lugar de reunión para 192 naciones miembros en el que, según se ha dicho de forma memorable, no hay asunto tan insignificante que no pueda ser objeto de un debate interminable.
Las verdaderas Naciones Unidas, sin embargo, aunque casi invisibles para el gran público, están orientadas a la acción. Estas auténticas Naciones Unidas alimentan a 90 millones de personas en más de 70 países y sus esfuerzos representan la delgada línea azul que impide que los hambrientos mueran de inanición. Estas Naciones Unidas erradican enfermedades debilitantes como la viruela y la poliomielitis y vacunan al 40% de los niños del mundo. Aportan cada año 2.000 millones de dólares en socorro de emergencia para casos de desastre y mantienen el segundo ejército más grande del planeta —una fuerza mundial de mantenimiento de la paz integrada por 120.000 valerosos hombres y mujeres que van a donde otros no pueden o no quieren ir.
Cuando viajo, con frecuencia a los lugares más difíciles del mundo, siempre trato de conocer a las personas que se ocultan tras esos hechos y esas cifras. Recientemente, en un festival de cine celebrado en Jackson Hole, Wyoming, presenté varias de esas personas a los guionistas y directores de Hollywood que querían conocer un poco más sobre las Naciones Unidas.
Una de ellas es una joven canadiense que trabaja para el UNICEF, el organismo de las Naciones Unidas que se ocupa de la protección, el bienestar y los derechos de los niños en todo el mundo. Esta joven se llama Pernille Ironside y su trabajo consiste en internarse, con un pequeño equipo, en las selvas del este de la República Democrática del Congo. Una vez allí, se enfrenta a los caudillos y les exige que dejen ir a sus “niños soldados”, niños y a veces niñas de apenas 8 ó 10 años de edad, que han sido reclutados o secuestrados para combatir en las prolongadas guerras de guerrillas que se libran en ese país. La mayoría de las veces lo logra. Durante los últimos años, la misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo ha logrado la liberación de 32.000 de esos niños, de una cifra que se estima en 35.000. Pernille espera recuperar a los demás antes de fines de año.
Otra de esas personas es Kathi Austen, una Experta de las naciones Unidas en la cuestión del tráfico de armas que durante buena parte de la última década se dedicó a localizar a contrabandistas ilegales de armas que operan en la República Democrática del Congo y en otras zonas de conflicto de África. En parte como resultado de sus tenaces esfuerzos, Victor Bout, presunto jefe de una de las redes de tráfico de armamentos más grandes del mundo, fue detenido recientemente en Tailandia, acusado de terrorismo.
Ishmael Beah, nombrado por el UNICEF defensor de los niños y niñas afectados por la guerra, contó sobre su vida como niño soldado durante los 10 años de guerra civil en Sierra Leona. Gracias a un programa de rehabilitación de las Naciones Unidas, no sólo pudo sobrevivir sino también progresar, y logró finalmente llegar a los Estados Unidos, donde estudió en el Oberlin College y escribió un libro sobre sus experiencias que ha tenido enorme éxito.
Una joven de Sierra Leona, Mariatu Kamara, también contó su historia. Tenía 12 años cuando los rebeldes mataron a sus padres y, como sucedió con otros muchos miles de niños, le cortaron las manos. Con la ayuda de las Naciones Unidas, ella también logró sobrevivir. Hoy día vive con su familia adoptiva en Toronto y estudia en la universidad. Cada cierto tiempo regresa a su tierra natal a contar su historia y a crear conciencia sobre la labor que hace el UNICEF en todo el mundo.
En mi trabajo, he conocido a muchas otras personas, las que integran las verdaderas Naciones Unidas, que pocas veces son tan famosas, pero siempre son igualmente desinteresadas y entregadas a lo que hacen. En realidad, la parte más importante de nuestra labor suele ser la menos visible.
Durante la visita que realicé esta primavera al África occidental vi a los equipos de las Naciones Unidas en Liberia que se esfuerzan por ayudar al Gobierno a restablecer tras años de guerra los más elementales servicios sociales, a saber: la electricidad, el abastecimiento de agua, el saneamiento, las escuelas. En Côte d’Ivoire, me reuní con asesores de las Naciones Unidas que ayudan a una nación dividida por el conflicto a celebrar elecciones y dar paso a una era de democracia auténtica y duradera.
En Burkina Faso, al borde meridional del Sáhara, el desierto que avanza, las Naciones Unidas han llevado generadores de combustible diésel a aldeas de zonas rurales que carecen de electricidad. Los generadores se utilizan para moler cereales y aliviar el hambre, pero también para recargar los teléfonos celulares que permiten a los agricultores mantenerse en contacto con los mercados regionales para así decidir cuáles cultivos sembrar y en qué momento. Por lo general, esas pequeñas empresas son dirigidas por cooperativas de mujeres, lo que les confiere nueva autoridad y eleva su condición en las comunidades. Son esas pequeñas intervenciones las que ayudan a cambiar el mundo.
En ocasiones me pregunto cómo es posible que yo, un joven coreano que vivió y creció entre los más pobres de una aldea destruida por la guerra, en una familia que no siempre sabía cómo obtendría su próxima comida, haya llegado a tener el privilegio de ser parte de esta noble empresa.
Y en cuanto a la tertulia de Turtle Bay —el barrio donde está ubicada la Sede de las Naciones Unidas—, permítanme recordarles que a veces conversando también se obtienen logros.
Son las conversaciones las que han permitido desplegar al personal de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas en 18 países de cuatro continentes. Son las conversaciones las que han permitido recaudar el dinero y establecer el mandato de los programas que alimentan a tantos de los que sufren hambre en el mundo. Son las conversaciones las que guían los primeros pasos que da el mundo para hacer frente al cambio climático, a la crisis alimentaria global y a una cotidiana sucesión de crisis humanitarias.
El autor es el Secretario General de las Naciones Unidas