30 diciembre 2016

La frecuencia y la gravedad crecientes de los desastres naturales y tecnol¨®gicos en el mundo, especialmente pero no solo en zonas urbanas, sit¨²a a las ciudades en el centro de los debates entre profesionales y tambi¨¦n acad¨¦micos, lo que plantea cuestiones fundamentales sobre la naturaleza y la sociedad, y sobre el desarrollo y la tecnolog¨ªa. Los desastres evidencian la falta de sostenibilidad de muchas sociedades e indican los diversos grados de los fracasos en el camino del desarrollo. Se est¨¢n celebrando debates cient¨ªficos y pol¨ªticos sobre c¨®mo la variabilidad clim¨¢tica afecta a las amenazas meteorol¨®gicas y geol¨®gicas al actuar como un acelerador o incluso un multiplicador del riesgo y la inseguridad, lo que agrava las vulnerabilidades ya existentes debido a los cambios sociales, econ¨®micos y pol¨ªticos a nivel mundial. Se insta a todas las personas a que tomen medidas, pero existen muchos desaf¨ªos para lograrlo.

Un problema es la laguna que existe en la comunicaci¨®n, los conocimientos y la interacci¨®n entre las autoridades que lideran los esfuerzos de reducci¨®n del riesgo de desastres (RRD) y la recuperaci¨®n posterior y los miembros de la comunidad. Esa laguna prevalece incluso con el paradigma de resiliencia actual y enfoques como el de ¡°todo el pa¨ªs¡±, en los Estados Unidos de Am¨¦rica, o el de ¡°toda la sociedad¡¯, en Suecia, que promueven la gobernanza de las redes y la colaboraci¨®n entre los agentes sociales (Lindberg y Sundelius, 2012). Al mismo tiempo, cada vez m¨¢s las autoridades esperan que los ciudadanos y las comunidades locales asuman responsabilidades en materia de RRD en nombre de la ¡°resiliencia local¡±. En los Pa¨ªses Bajos se publican anuncios humor¨ªsticos para alentar a los ciudadanos a que reflexionen de cara al futuro y est¨¦n preparados, por ejemplo, adoptando tecnolog¨ªa de recepci¨®n pasiva, como NL Alert1, un sistema de alerta a trav¨¦s del tel¨¦fono m¨®vil que permite a las autoridades informar a las personas que se encuentren en las inmediaciones de una emergencia concreta. En Suecia, las autoridades realizan campa?as informativas a trav¨¦s de plataformas virtuales como Din S?kerhet2, donde los ciudadanos pueden participar en la elaboraci¨®n de listas de verificaci¨®n para todo, desde c¨®mo reducir el riesgo de resbalar durante el duro invierno hasta c¨®mo prepararse para las peores circunstancias. Los instrumentos de informaci¨®n p¨²blica nos avisan de que preparemos un kit de supervivencia para superar los primeros tres d¨ªas despu¨¦s de un desastre. Sin embargo, pese al discurso que promueve la inclusi¨®n de las personas en la planificaci¨®n para prepararse y reducir riesgos, los miembros de la comunidad rara vez est¨¢n realmente facultados para asumir esta responsabilidad, al igual que tampoco lo est¨¢n el capital social local existente y los conocimientos culturales considerados siempre leg¨ªtimos y aceptados por las autoridades.

Aunque cada desastre puede experimentarse como un suceso extraordinario y ¨²nico por aquellos que lo viven, que se recordar¨¢ de manera colectiva, es al mismo tiempo un producto de la historia y la consecuencia de procesos sociales, econ¨®micos, pol¨ªticos y ambientales m¨¢s amplios. En regiones proclives a peligros, los conocimientos locales sobre las amenazas y c¨®mo afrontarlas se basan generalmente en la historia y la memoria colectivas. En los lugares en los que los desastres son fen¨®menos recurrentes, las personas han aprendido de la experiencia a interpretar las se?ales de riesgo y evaluar su gravedad y han ideado un conjunto de respuestas. Por ejemplo, fue popular el caso de los habitantes de la isla de Simeulue (Indonesia), que sobrevivieron al sunami de 2004 traslad¨¢ndose r¨¢pidamente al punto geogr¨¢fico m¨¢s alto. Aunque no se hab¨ªa producido un sunami all¨ª desde hac¨ªa m¨¢s de un siglo, las historias y canciones populares hab¨ªan mantenido viva la memoria cultural de antiguos desastres (BBC News, 2007; v¨¦ase tambi¨¦n Greggs y otros, 2006). En Santa Fe (Argentina), los habitantes de zonas suburbanas preservan los conocimientos sobre inundaciones durante generaciones mediante m¨²ltiples pr¨¢cticas sociales relacionadas con ese particular entorno fluvial (Baez Ullberg, pr¨®ximamente). Esos son solo unos pocos ejemplos que ilustran nuestra reivindicaci¨®n de que las personas pueden aprender de manera colectiva, no solo individual.

¡°Ning¨²n hombre es una isla¡±, escribi¨® el sacerdote y poeta ingl¨¦s del siglo XVI John Donne. Todos formamos parte de sociedades y culturas, incluso cuando todo se convierte en un infierno. A menudo se hace caso omiso a las comunidades locales y las redes sociales oficiosas durante una crisis, cuando, de hecho, son esenciales para la recuperaci¨®n de las zonas afectadas (Krueger, 2014; Warner y Engel, 2014). En la carrera contrarreloj despu¨¦s de un desastre s¨²bito, hay muchos desaf¨ªos urgentes que afrontar. Los recursos materiales son limitados y los equipos de rescate pueden tardar un tiempo en llegar a las zonas afectadas. Aunque los servicios de rescate son asombrosos y necesarios, no deber¨ªamos subestimar la contribuci¨®n de los voluntarios en esos casos. La mayor parte de las v¨ªctimas de desastres son rescatadas por familiares, vecinos, amigos y transe¨²ntes, puesto que ya se encuentran en el lugar afectado, como se ha observado en la mayor¨ªa de los casos (Kirschenbaum, 2004).

Los seres humanos son seres sociales, conectados a redes de otros por una historia com¨²n, econom¨ªas locales e ideas, ideales y pr¨¢cticas sociales comunes en relaciones de parentesco, grupos de identidad, asociaciones deportivas, comunidades religiosas, organizaciones profesionales y mercados. Comparten informaci¨®n y conocimientos vitales sobre los riesgos. Esas redes sociales y la informaci¨®n y los conocimientos que se comunican en ellas es lo que denominamos ¡°infraestructura inmaterial¡±. Este concepto contrasta con el de ¡°infraestructura material¡±: las organizaciones, los reglamentos, los sistemas de control y los recursos materiales, las v¨ªas y los conductos desplegados para reducir los riesgos. En nuestra opini¨®n, la infraestructura inmaterial es la que hace que la infraestructura material realmente funcione y las instituciones nacionales e internacionales y los encargados de adoptar decisiones para reducir el riesgo de desastres deben tomarse esto en serio.

Durante mucho tiempo, las ciencias sociales han proporcionado un gran n¨²mero de muestras emp¨ªricas de la organizaci¨®n social, m¨²ltiples pr¨¢cticas y recursos materiales que las comunidades locales pueden utilizar para hacer frente a riesgos y crisis. Las frecuentemente denominadas ¡°comunidades tradicionales¡± interact¨²an con su entorno natural y adaptan la organizaci¨®n social y la cultura a las variaciones en la din¨¢mica de la naturaleza. Podr¨ªan extraerse lecciones de Bangladesh?(Paul, 2009), donde el h¨¢bito de leer a los precursores y adoptar pr¨¢cticas de alerta temprana (incluida la ¡°tecnolog¨ªa de recepci¨®n pasiva¡±) est¨¢ presente en todas las clases sociales, incluso si las redes sociales siguen siendo tambi¨¦n importantes en sociedades posindustriales y m¨¢s individualistas, como las de los Estados miembros de la Organizaci¨®n para la Cooperaci¨®n y el Desarrollo Econ¨®micos (OCDE). Los conocimientos especializados son un recurso vital para afrontar la vida normal, y lo mismo ocurre con las situaciones de desastre, donde esos conocimientos constituir¨¢n una mayor resiliencia al desastre. Cuando las principales v¨ªas de transporte de Bangladesh quedaron cortadas durante una gran inundaci¨®n en 2006, gracias a las redes sociales oficiosas se consigui¨® que los alimentos llegaran a la ciudad y que en los barrios marginales se horneara pan, que luego los vendedores ambulantes transportaban a barrios m¨¢s ricos. Las tentativas de frenar la econom¨ªa callejera ilegal neutralizaron la resiliencia urbana que las redes socioecon¨®micas proporcionaban (Keck y Edzold, 2013).

Aparte de la posible inconveniencia de las redes sociales oficiosas desde una perspectiva gubernamental, el acceso tambi¨¦n est¨¢ en juego. Las autoridades no pueden llegar f¨¢cilmente a todas las comunidades. Las cuestiones de ortodoxia religiosa, por ejemplo, pueden hacer que?las personas desconf¨ªen de las autoridades seculares. Los migrantes y los refugiados tal vez no sean conscientes de que est¨¢n en situaci¨®n de riesgo o no tengan acceso a informaci¨®n pertinente en materia de RRD en su idioma. Los residentes ilegales no consultar¨¢n a las autoridades p¨²blicas. Sin embargo, a menudo son estos grupos ¡°marginales¡± los que est¨¢n bien interconectados de manera interna precisamente porque est¨¢n acostumbrados a la autosuficiencia. Para esas comunidades, las redes y los conocimientos, aparte de servir como capital social y cultural, tal vez sean el ¨²nico capital que tienen a su disposici¨®n.

No nos malinterpren. No estamos idealizando ¡°la comunidad¡± y los ¡°conocimientos culturales¡±. Las personas que viven en la misma zona pueden haber terminado ah¨ª por pura casualidad, tener muy poco en com¨²n con los dem¨¢s y mantener relaciones desiguales e incluso profundamente hostiles. No todos tienen el mismo acceso a los recursos sociales. Las diferencias culturales tambi¨¦n pueden ocasionar malentendidos, conflictos y frustraciones. No obstante, es bien sabido que incluso las personas que no se llevan bien en circunstancias normales, o viven en comunidades muy desiguales, tienden a olvidar sus diferencias y mostrar un comportamiento social solidario cuando se produce un desastre (Engel y otros, 2014). Las cuestiones de supervivencia urgente y la necesidad de estar seguro y protegido pueden obligar a las personas a dejar de lado sus diferencias, al menos en la fase cr¨ªtica, e intercambiar conocimientos y prestarse apoyo mutuo (Prince, 1920; Barton, 1969; Oliver-Smith, 1986). De hecho, un territorio compartido tal vez no sea la ¨²nica peculiaridad que nos permita identificar a las comunidades contempor¨¢neas. En el mundo actual transnacional y de gran movilidad, no depositamos necesariamente nuestra confianza y nuestras lealtades en nuestros vecinos inmediatos. En vez de ello, estamos conectados a trav¨¦s de redes sociales que se extienden por todos los continentes. Se han formado nuevas comunidades en l¨ªnea en entornos virtuales y las comunidades tradicionales han evolucionado a trav¨¦s de conexiones virtuales y medios sociales. Por consiguiente, aunque la cultura es un fen¨®meno complejo y din¨¢mico, es un activo valioso en la respuesta en casos de desastre. Una vez que se avanza para ¡°descifrar el c¨®digo¡± de c¨®mo comunicarse y trabajar con diversas culturas organizativas y comunidades locales en diferentes pa¨ªses, es probable que se logre un programa de gesti¨®n de desastres y reducci¨®n de los riesgos m¨¢s eficaz y sostenible.

Los desastres cada vez m¨¢s generan reclamaciones p¨²blicas para que los expertos y los encargados de la adopci¨®n de decisiones rindan cuentas (Boin y otros, 2008). ¡°?Por qu¨¦ no lo predijisteis?¡± o ¡°?Por qu¨¦ no lo evitasteis?¡± son preguntas que est¨¢n muy presentes tras los desastres. Despu¨¦s del terremoto que se produjo en L¡¯Aquila (Italia) en 2009, los sism¨®logos italianos casi fueron enviados a prisi¨®n porque se consider¨® que sus advertencias hab¨ªan fallado. Mientras escribimos esto, aunque las operaciones de rescate organizadas tras el terremoto de agosto de 2016 en Amatrice (Italia) se ven obstaculizadas por las sacudidas de r¨¦plica, ya se han escuchado duras cr¨ªticas sobre la falta de refuerzo de los c¨®digos de construcci¨®n antis¨ªsmicos existentes. En muchos casos como esos, parece que, al menos a primera vista, la adaptaci¨®n o el aprendizaje de experiencias anteriores han sido limitados. Sin duda, los m¨²ltiples procesos sociales, pol¨ªticos y ambientales a una escala mayor pueden poner en peligro la producci¨®n de conocimientos y la aplicaci¨®n de pr¨¢cticas de soluci¨®n de problemas y, por tanto, aumentar la vulnerabilidad. Esos procesos m¨¢s amplios podr¨ªan incluir el aumento de la migraci¨®n, la urbanizaci¨®n, la pobreza y la exclusi¨®n social, as¨ª como las frecuentes variaciones clim¨¢ticas y las transformaciones de los ecosistemas m¨¢s grandes que podr¨ªan incluso cambiar el car¨¢cter de las amenazas iniciales. A la luz de esos procesos de transformaci¨®n, una cuesti¨®n crucial es si el aprendizaje de la experiencia puede, en realidad, producirse en todas las condiciones actuales inciertas y siempre cambiantes. Tenemos que abordar esta cuesti¨®n emp¨ªricamente para comprender mucho mejor la forma en que la infraestructura inmaterial se produce social, cultural y pol¨ªticamente y se reproduce en las comunidades y en las instituciones en los niveles local, regional y nacional.

La infraestructura inmaterial es clave para reducir los riesgos, como se subray¨® en el Informe mundial sobre desastres de la Cruz Roja correspondiente a 2014 y se ha destacado en el creciente n¨²mero de publicaciones de investigaci¨®n en ciencias sociales y mesas redondas de conferencias sobre esta cuesti¨®n, as¨ª como en nuevos proyectos de investigaci¨®n que se centran en el nexo entre desastres y cultura y en la colaboraci¨®n entre diversas comunidades. Tambi¨¦n continuar¨¢n gener¨¢ndose e intercambiando conocimientos sobre infraestructura inmaterial y RRD en la conferencia H¨¢bitat III de 2016, que se celebrar¨¢ en Quito, donde la actividad de establecimiento de contactos sobre las ciudades, la cultura y la resiliencia a los desastres estar¨¢ organizada por miembros del proyecto Desastres Europeos en los Centros Urbanos: una Red de Expertos en Cultura (EDUCEN)3. Alentamos a todos aquellos preocupados por estas cuestiones a que asistan al acto y esperamos seguir ayudando a subsanar la laguna entre pol¨ªticas y pr¨¢cticas.

Notas

1 Para m¨¢s informaci¨®n, v¨¦ase el sitio web de National Co?rdinator Terrorismebestrijding en Veiligheid (NCTV), la dependencia oficial neerlandesa contra el terrorismo del Ministerio de Seguridad y Justicia de los Pa¨ªses Bajos, en: .

2 Para m¨¢s informaci¨®n, v¨¦ase el sitio web de Din S?kerhet en: .

3 EDUCEN es un proyecto de coordinaci¨®n y apoyo financiado por la Comunidad Europea en el marco del programa Horizonte 2020. Para obtener m¨¢s informaci¨®n, v¨¦ase el sitio web de Desastres Europeos en los Centros Urbanos en: .

Referencias

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