Un ecosistema se define normalmente como un complejo formado por todos los componentes vivos (plantas, animales, microorganismos) y no vivos (suelo, clima) que interact¨²an como unidad funcional en una zona determinada. Cada uno de estos elementos contribuye a mantener la salud y la productividad general del ecosistema. Los ecosistemas como los bosques, los humedales y las praderas tienen una funci¨®n importante dentro del ciclo mundial del agua. Es fundamental reconocer esta funci¨®n y las interacciones entre los dos grupos de elementos para gestionar los recursos h¨ªdricos de manera sostenible.
A menudo se concibe que los ecosistemas ofrecen diferentes ¡°servicios¡±, los cuales se pueden clasificar en: i) La disposici¨®n que se refiere a los bienes de consumo, como la comida o el agua; ii) la regulaci¨®n que incluye, entre otros elementos, la depuraci¨®n de agua y la prevenci¨®n de la erosi¨®n; iii) el h¨¢bitat que proporciona el medio para los ciclos de vida de especies o que mantiene la diversidad gen¨¦tica, a trav¨¦s de la calidad y la cantidad de sustrato o vegetaci¨®n natural para los peces; y iv) el componente cultural, que se refiere, por ejemplo, a los servicios est¨¦ticos, tur¨ªsticos y espirituales (TEEB, 2010).
?El valor econ¨®mico estimado de los servicios de los ecosistemas a nivel general, calculado en 2011, fue de 124,8 billones de d¨®lares, lo que supone casi el doble del producto interno bruto mundial del mismo a?o (Costanza et al., 2014). Hoy en d¨ªa, somos conscientes a nivel general de que algunos ecosistemas, tanto acu¨¢ticos como terrestres, est¨¢n deterior¨¢ndose, principalmente debido al desarrollo econ¨®mico. Existen muchas estad¨ªsticas al respecto. Desde 1900, el mundo ha perdido alrededor del 50% de los humedales (Tercer informe mundial sobre el desarrollo de los recursos h¨ªdricos, 2009).?Entre 1997 y 2011, se perdieron servicios de los ecosistemas por valor de entre 4,3 y 20,2 billones de d¨®lares al a?o debido al cambio en el uso de las tierras (Costanza et al., 2014). Se estima que el 20% de los acu¨ªferos del mundo est¨¢n sobreexplotados, lo que provoca, entre otras cosas, el hundimiento de los terrenos y la intrusi¨®n de agua salada (Gleeson et al., 2012). M¨¢s de la mitad de los grandes sistemas fluviales del mundo se ven afectados negativamente por las presas (Nilsson et al., 2005). El uso ineficiente de agua para la producci¨®n de cultivos ha causado la salinizaci¨®n del 20% de las superficies de regad¨ªos del mundo (FAO, 2011). El deterioro de los ecosistemas produce diferentes efectos negativos para los humanos, ya que miles de millones de personas viven en regiones donde existe escasez de agua y/o zonas donde existen grandes riesgos con respecto a la calidad del agua (Guppy y Andersonm, 2017; Veolia y el IFPRI, 2015).
Hoy en d¨ªa, es habitual escuchar el discurso cient¨ªfico sobre ¡°el pago por los servicios de los ecosistemas¡±, ¡°el enfoque ecosist¨¦mico¡±, ¡°la infraestructura verde y gris¡±, ¡°las soluciones basadas en la naturaleza¡±, y muchos otros t¨¦rminos relacionados con la noci¨®n de los ecosistemas (Lautze, 2014). Este discurso es un reflejo de la creciente preocupaci¨®n por el estado de los ecosistemas mundiales y la mayor comprensi¨®n del papel fundamental que desempe?an los ecosistemas para el desarrollo en general y para el desarrollo de los recursos h¨ªdricos en particular.
Cuando un ecosistema natural (por ejemplo, acu¨¢tico) se modifica, algunos de los servicios originales y los beneficios asociados extra¨ªdos de este se pierden y se sustituyen por beneficios que aportan las propias modificaciones. No obstante, existe un ¡°punto de inflexi¨®n¡± en este proceso en el cual la suma de todos los beneficios de un ecosistema alcanza el m¨¢ximo y en el cual las modificaciones posteriores no hacen m¨¢s que disminuir el caudal de beneficios totales (Acreman, 2001). En la pr¨¢ctica, resulta muy dif¨ªcil identificar este punto y esta es, quiz¨¢s, una de las muchas razones de deterioro constante de los ecosistemas.
La identificaci¨®n y la cuantificaci¨®n de los servicios proporcionados por los ecosistemas tambi¨¦n pueden ser importantes en el contexto pol¨ªtico. Por ejemplo, un conflicto sobre el agua de un r¨ªo puede verse como un conflicto sobre qui¨¦n gana y qui¨¦n pierde el acceso al servicio de abastecimiento del r¨ªo. Los trueques entre los servicios de los ecosistemas de diferentes proyectos de desarrollo de recursos h¨ªdricos, tanto grandes como peque?os, y los conflictos sociales que ocasionan son bastante comunes, como es el caso del riego y la conservaci¨®n de la naturaleza o la producci¨®n de energ¨ªa hidroel¨¦ctrica y el mantenimiento del h¨¢bitat.
Los servicios de los ecosistemas, entre los que se encuentran aquellos proporcionados por los ecosistemas acu¨¢ticos, son fundamentales para la supervivencia y los medios de subsistencia de las personas pobres de las zonas rurales y su p¨¦rdida puede suponer un aumento de la pobreza. A la hora de abordar esta cuesti¨®n, se suele proponer el concepto de pago por servicios medioambientales. En una cuenca fluvial, un centro urbano ubicado aguas abajo puede pagar a las comunidades rurales que viven aguas arriba por almacenar el agua sobrante mediante estructuras de recarga de acu¨ªferos gestionadas para reducir el riesgo o la magnitud de las inundaciones (Pavelic et al., 2012), o por diferentes pr¨¢cticas de conservaci¨®n del suelo dise?adas para reducir la entrada de sedimentos en los embalses ubicados aguas abajo. Sin embargo, es bastante complejo aplicar estas medidas. Lo que es m¨¢s importante, el asunto de los ¡°servicios de los ecosistemas¡± y las ideas sobre poner un precio a la naturaleza pueden ser y, de hecho, est¨¢n siendo, controvertidas (Kosoy y Corbera, 2010). Adem¨¢s, es casi imposible compensar el da?o causado a un ecosistema debido al desarrollo de los recursos h¨ªdricos. Por ejemplo, en los casos en los que un lugar de peregrinaje de agua se inunda constantemente o las pescas de captura de los cursos de agua se destruyen por completo por la contaminaci¨®n h¨ªdrica o la fragmentaci¨®n de los r¨ªos.
La degradaci¨®n de los ecosistemas tambi¨¦n es una fuente importante de crecientes riesgos y factores extremos relacionados con el agua, como las inundaciones o las sequ¨ªas. Los ecosistemas pueden ofrecer infraestructura natural (¡°verde¡±) que puede servir para la reducci¨®n de algunos desastres y, as¨ª, sustituir parcialmente o mejorar la infraestructura ¡°gris¡± (construida), que tiene los mismos prop¨®sitos. La combinaci¨®n de infraestructura ¡°verde¡± y ¡°gris¡±, por ejemplo, en el marco de una gesti¨®n integrada del riesgo de inundaci¨®n o sequ¨ªa en la misma cuenca fluvial, puede dar lugar a un ahorro de costos en comparaci¨®n con el uso exclusivo de soluciones de infraestructura gris (WWDR, 2018). Adem¨¢s, la infraestructura verde realiza funciones y ofrece beneficios que pueden mejorar de manera directa el rendimiento de la infraestructura gris y pueden ayudar a reducir los riesgos que esta conlleva. Sin embargo, es poco probable que los ecosistemas por s¨ª solos puedan alcanzar el mismo efecto de reducci¨®n de riesgos que la infraestructura gris o que puedan sustituirla por completo en un futuro. Por este motivo, puede que la defensa de los ecosistemas por s¨ª solos sea demasiado simplista para la mitigaci¨®n de desastres relacionados con el agua, lo que puede conducir a pol¨ªticas que no sean eficientes (McCartney y Finalyson, 2017).
En lo que respecta a la gesti¨®n de los recursos h¨ªdricos, existe un n¨²mero de desaf¨ªos para la aplicaci¨®n a gran escala de los enfoques centrados en los ecosistemas. Entre ellos, se encuentra el abrumador predominio de las soluciones de infraestructura gris en los instrumentos actuales de muchos Estados, la falta de pruebas cuantitativas sobre c¨®mo funcionan los enfoques centrados en los ecosistemas y la falta de capacidad para poner en pr¨¢ctica estos enfoques. Muchos de los conceptos mencionados anteriormente son complejos, no se han desarrollado todav¨ªa para la aplicaci¨®n pr¨¢ctica o, simplemente, no son conocidos para los profesionales y los responsables de formular pol¨ªticas. Por tanto, aunque el discurso cient¨ªfico sobre los ecosistemas sea emocionante, a¨²n no se ha actualizado con las necesidades de pr¨¢ctica y pol¨ªtica.
No obstante, nos encontramos ante un cambio de paradigma, en el cual los ecosistemas se reconocen progresivamente como parte integral de las soluciones de desarrollo. Este cambio se refleja en los acuerdos multilaterales mundiales sobre el desarrollo sostenible, como la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (2015), el Marco de Send¨¢i para la Reducci¨®n del Riesgo de Desastres (2015) y el Acuerdo de Par¨ªs (2015). La atenci¨®n en los ecosistemas es expl¨ªcita en al menos 3 de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030, pero impl¨ªcita en muchos otros. El ODS 6 constituye un avance revolucionario en el programa de desarrollo de los recursos h¨ªdricos del mundo. Por primera vez, aborda no solo los desaf¨ªos del acceso universal al agua y el saneamiento, incluidos aquellos que permanecen desde decenios pasados, sino tambi¨¦n las cuestiones relacionadas con la gesti¨®n de recursos, la eficiencia y los ecosistemas de agua dulce.
La meta 6.3 del ODS 6 se centra en la mejora significativa de la calidad del agua a nivel mundial. La meta 6.4 fomenta el uso eficiente de los recursos h¨ªdricos en diferentes sectores de la econom¨ªa. Uno de sus indicadores medibles calcula el nivel de estr¨¦s h¨ªdrico de cada pa¨ªs, cuantificando as¨ª la presi¨®n que ejerce en los recursos renovables nacionales de agua dulce. El estr¨¦s h¨ªdrico, que se calcula una vez al a?o, se define como el volumen de agua dulce total que recogen todos los sectores dividido por la diferencia entre los recursos renovables de agua dulce y los requisitos medioambientales del agua. Este ¨²ltimo elemento representa b¨¢sicamente el agua asignada y suministrada con el ¨²nico prop¨®sito de mantener los ecosistemas de agua dulce en un estado saludable (Smakhtin, Revenga y D?ll, 2004). Esta aceptaci¨®n expl¨ªcita de las necesidades de agua de los ecosistemas en el programa de desarrollo mundial proviene del conocimiento de que el equilibrio de los requisitos del entorno acu¨¢tico y otros usos ya se han vuelto fundamentales en muchas cuencas fluviales del mundo, ya que la poblaci¨®n y sus demandas de agua siguen creciendo.
Otro indicador al respecto, el de la meta 6.6, se centra expl¨ªcitamente en la magnitud de los ecosistemas relacionados con el agua y fue dise?ado con la intenci¨®n concreta de protegerlos con el fin de que puedan continuar proporcionando servicios de los ecosistemas para el bienestar de la humanidad. Entre ellos, se encuentran los humedales, los r¨ªos, los acu¨ªferos y los lagos. El indicador de la meta 6.6 est¨¢ expl¨ªcitamente relacionado con el indicador de estr¨¦s h¨ªdrico de la meta 6.4.
Aunque no es tan expl¨ªcita, en los indicadores de la meta 6.5 sobre la gesti¨®n integrada de recursos h¨ªdricos, el mantenimiento de los ecosistemas deber¨ªa, por naturaleza, formar parte de esta, si esta gesti¨®n va a ser realmente general e integrada. Para llevar a cabo correctamente la gesti¨®n integrada de recursos h¨ªdricos, las autoridades de cada pa¨ªs o cuenca tendr¨ªan que saber, por ejemplo, qu¨¦ volumen de agua se necesita para cada ecosistema, para que las extracciones de aguas fluviales y aguas subterr¨¢neas se pueda gestionar dentro de unos l¨ªmites sostenibles.
Todas las metas de los ODS relacionadas con los ecosistemas son voluntarias y no se cuantifican en detalle. Muchos de los indicadores sugeridos son modelos muy simplificados de metas m¨¢s ambiciosas y generales. El plazo de la Agenda 2030 es un desaf¨ªo en s¨ª mismo. Por tanto, todav¨ªa est¨¢ por ver si seremos capaces cumplir realmente alguna de estas metas o si seguiremos hablando de las negativas estad¨ªsticas con respecto al deterioro de los ecosistemas. Pero, sin duda, hay esperanza.
Referencias
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