20 febrero 2022

Seguramente no exista nada peor que referirse a una pol¨ªtica, una sociedad o una instituci¨®n como injusta. Pero ?cu¨¢les son los criterios que empleamos para determinar que algo es injusto? O, por decirlo de otra forma, ?cu¨¢l es el concepto de justicia que nos lleva a se?alar algo y decir que es, o no, una muestra de justicia? ?Y cu¨¢l es la respuesta social necesaria frente a algo que se considera injusto? Aunque estas son preguntas complicadas que se podr¨ªan analizar en seminarios acad¨¦micos de filosof¨ªa, desde hace m¨¢s de dos a?os, t¨¦rminos como ¡°justicia sanitaria¡±, ¡°justicia social¡± y ¡°justicia mundial¡± han aparecido en repetidas ocasiones en las noticias y las publicaciones de los medios sociales que tratan sobre la pandemia de enfermedad por coronavirus (COVID-19). Incluso algunos pol¨ªticos, responsables de pol¨ªticas y funcionarios de las Naciones Unidas han empleado dichos t¨¦rminos.

Al mismo tiempo, cabe destacar que muchas personas e instituciones que han desempe?ado funciones importantes a la hora de formular respuestas nacionales y mundiales a la pandemia se las han arreglado para no utilizar nunca la palabra ¡°justicia¡± y han evitado en gran medida conceptos conexos como los derechos, la equidad y la imparcialidad.?

?C¨®mo no va a ser la justicia fundamental para que entendamos lo que todas las personas de este planeta han estado viviendo en los ¨²ltimos dos a?os? Cada uno de nosotros nos hemos visto afectados de forma negativa, sobre todo por la aparici¨®n de un nuevo riesgo para nuestra salud y, potencialmente, para nuestra vida. Hemos presenciado errores catastr¨®ficos de muchos dirigentes pol¨ªticos y responsables de organizaciones, de instituciones nacionales e internacionales, as¨ª como una de m¨¢s de 23?millones de fallecimientos adicionales relacionados con la pandemia.?

En lugar de contemplar la COVID-19 como una tragedia o un desastre natural, resulta complicado a la par que necesario entender la pandemia como un reflejo de la injusticia social a gran escala en todo el mundo. Esta concepci¨®n pone de relieve la funci¨®n de las acciones sociales y la desatenci¨®n en m¨²ltiples dimensiones de la COVID-19, entre las que se incluyen las causas de la propagaci¨®n de la enfermedad, los niveles y los patrones de distribuci¨®n del perjuicio entre los pa¨ªses y dentro de ellos, las diferentes experiencias en relaci¨®n con la enfermedad, las desigualdades en los resultados de los tratamientos, las consecuencias no relacionadas con la salud, entre otras.

Como muchos ya han manifestado, esta est¨¢ lejos de ser la peor pandemia de una enfermedad infecciosa. No obstante, las diferentes medidas sociales y la desatenci¨®n han derivado en millones de fallecimientos y un mayor sufrimiento psicol¨®gico y f¨ªsico; han supuesto una carga desproporcionada para las personas m¨¢s pobres, las minor¨ªas sociales y las ni?as y mujeres; han agravado la desigualdad social y la divisi¨®n; han borrado decenios de progreso en materia de desarrollo social; han alimentado la corrupci¨®n hasta unos niveles sin igual, y mucho m¨¢s.?

El reconocimiento de las injusticias sociales en torno a la pandemia tambi¨¦n supone una gran oportunidad para comprender los v¨ªnculos de larga data que existen entre la justicia sanitaria, social y mundial.

Justicia sanitaria

Uno de los aspectos mundialmente reconocidos de la injusticia sanitaria es el acceso limitado a la atenci¨®n en materia de salud, en particular a las vacunas contra la COVID-19. Actualmente, , muchas de las cuales viven fuera de los pa¨ªses de renta alta. En el grupo de pa¨ªses m¨¢s pobres, . Esta diferencia en los niveles de vacunaci¨®n es una consecuencia directa de que los pa¨ªses m¨¢s ricos hayan comprado y acumulado m¨¢s dosis de las que necesitaban. No obstante, al margen de las vacunas, desde los primeros d¨ªas de la pandemia ha habido un suministro limitado de respiradores, equipos de protecci¨®n personal (EPP), bombonas de ox¨ªgeno, camas de hospital y tratamientos entre los pa¨ªses y dentro de ellos. Algunos pa¨ªses requisaron suministros mundiales de este tipo de bienes en beneficio de sus propios ciudadanos.?

Ante esta situaci¨®n de escasez, en muchos pa¨ªses, aquellas personas que pod¨ªan recurrir a sus contactos personales o permitirse pagar comisiones desorbitadas fueron capaces de adquirir lo que necesitaban, mientras que otras no lo consiguieron. Incluso en pa¨ªses en los que el acceso a la atenci¨®n sanitaria est¨¢ garantizado, se dio prioridad a los pacientes en funci¨®n de burdos criterios como la edad cronol¨®gica. Es decir, no fueron las personas que necesitaban camas de cuidados intensivos o determinados medicamentos las que m¨¢s los recibieron, sino . Dentro de unos a?os, miraremos atr¨¢s horrorizados al ver c¨®mo nuestra desatenci¨®n y nuestras medidas sociales permitieron que millones de personas de edad y personas m¨¢s vulnerables f¨ªsicamente de nuestras sociedades enfermasen y muriesen.

La justicia y los factores determinantes de enfermedad y muerte

La indignaci¨®n que propici¨® las protestas por la muerte de George Floyd en mayo de 2020 surgi¨® ante las injusticias o la violencia estructural que las personas negras en los Estados Unidos y en todo el mundo soportan y debido a las cuales mueren a diario. Asimismo, tambi¨¦n ha aflorado la ira por las injusticias sociales que subyacen tras la propagaci¨®n de enfermedades como la COVID-19 y que llevan a las personas negras y otras minor¨ªas a acudir a los hospitales para recibir atenci¨®n. Estas injusticias se ven agravadas dentro de los hospitales cuando no se otorga prioridad a la atenci¨®n de estas personas, ya que se considera que no se benefician tanto como otras debido a sus problemas de salud subyacentes. Adem¨¢s, existe un problema real de racismo en la prestaci¨®n de atenci¨®n sanitaria y la provisi¨®n de financiaci¨®n, pero tambi¨¦n, cada vez m¨¢s, en las tecnolog¨ªas digitales y los algoritmos conexos que afectan a numerosos aspectos de nuestras vidas.?

Si bien a algunas personas les puede resultar complicado reconocer la injusticia social como causa de enfermedad y muerte, es posible que, a ra¨ªz de la pandemia de COVID-19, sean capaces de reconocer que la protecci¨®n de la salud de una persona requiere mucho m¨¢s que la atenci¨®n sanitaria tradicional. Millones, si no miles de millones de personas en todo el mundo han pasado tiempo en sus casas durante los confinamientos para protegerse de una infecci¨®n y una enfermedad potencialmente mortal. Para ello, era necesario que tuvieran una vivienda digna, agua y saneamiento, electricidad, tel¨¦fono y acceso a Internet, y dinero, entre otras cosas. Muchas entidades gubernamentales garantizaron que los servicios p¨²blicos siguieran funcionando y que las tiendas de alimentaci¨®n se mantuvieran abiertas, e incluso prestaron apoyo financiero a las personas y las empresas. Estas condiciones permitieron que algunas personas y familias evitasen enfermar, mientras que la falta de esta protecci¨®n y este apoyo ha provocado que millones de personas enfermasen y falleciesen durante la pandemia. La distribuci¨®n desigual del apoyo y los servicios con fines no m¨¦dicos durante las ¨¦pocas no pand¨¦micas genera desigualdades en materia de salud en nuestras sociedades. ?

Salud y orden mundiales

La pandemia ha hecho que reconozcamos m¨¢s que nuestra salud no solo se ve afectada por factores internos, sino que est¨¢ interrelacionada con el funcionamiento de otras sociedades y la salud de otras personas que se encuentran tanto cerca como lejos. El hecho de garantizar que todas las personas de todos los pa¨ªses tengan acceso a atenci¨®n sanitaria puede ayudar a proteger la salud de todos. No obstante, un modo de proceder m¨¢s relevante y eficaz consiste en cambiar las circunstancias que propician la aparici¨®n de enfermedades nuevas y prevenibles y muertes prematuras. Estas circunstancias est¨¢n profundamente condicionadas por nuestro orden internacional.

El orden internacional actual, que est¨¢ compuesto por instituciones, pr¨¢cticas, normas y otros elementos, no es favorable para nuestra salud. La pandemia es un ejemplo espantoso de c¨®mo este orden no aborda el problema de la salud como una grave preocupaci¨®n, o no con la misma seriedad con la que aborda otras cuestiones en materia de seguridad y finanzas. Se ci?e al Estado naci¨®n como agente principal, con relaciones de poder desiguales integradas en organizaciones internacionales, mientras que algunos agentes no estatales han adquirido m¨¢s poder y tienen una mayor influencia en la salud de la poblaci¨®n que los Estados.?

Independientemente de si se refleja en esta pandemia o en lo que no se ha logrado en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y hasta ahora en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), nuestro actual orden mundial no est¨¢ a la altura de la tarea de mejorar las condiciones necesarias para garantizar la buena salud de la mayor¨ªa de los habitantes del mundo, especialmente los m¨¢s pobres y vulnerables. De hecho, tal y como han se?alado muchas personas dedicadas al estudio de la globalizaci¨®n y la salud, el orden internacional actual est¨¢ obstaculizando estas iniciativas.

Sin embargo, nos encontramos en un punto en el que todos los dirigentes y bur¨®cratas de los pa¨ªses y del mundo pueden apreciar de manera f¨¢cil y personal la importancia de la salud, el acceso a la atenci¨®n sanitaria y las condiciones sociales que causan enfermedades y protegen la salud. Si un n¨²mero razonable de dirigentes reconociera que todas las naciones y la comunidad internacional deben trabajar para crear las circunstancias que permitan a todos, y no solo a unos pocos privilegiados, tener una buena salud, este ser¨ªa un extraordinario resultado de la pandemia de COVID-19, y nos ayudar¨ªa a avanzar hacia un mundo m¨¢s justo.

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